En una zona pobre ubicada en las cercanías de Manila, la capital filipina, el cuerpo de Allan Rafael yace en un ataúd blanco mientras los familiares consternados rememoran al hombre golpeado por el cáncer que murió en prisión después de que lo arrestaran a causa de la brutal guerra contra las drogas del presidente Rodrigo Duterte.
Sobre el féretro había fotografías de Rafael, un filipino que trabajaba en el extranjero, algunas tomadas cuando aún era empleado de cocina en el Medio Oriente, y una que donaron activistas que decía: “Justicia para Allan, alto a los asesinatos”.
El 2 de agosto, cuando la policía lo arrestó, Rafael, de 35 años, quien padecía linfoma, intentó explicar por qué se veía demacrado. No era por las drogas. Simplemente estaba muy enfermo después de haber recibido quimioterapia desde el año pasado, cuando regresó de Arabia Saudita para tratarse.
( El Nuevo Herald )
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