Todo oficio, por sencillo que sea, entraña un riesgo, es una verdad prácticamente indiscutible, pero en el caso de Cuba estoy convencido de que no hay labor más peligrosa que el periodismo realizado de manera independiente, según publica Cubanet.
Las medidas punitivas y sanciones aplicadas por el régimen cubano contra los periodistas independientes ‒ya sea por su ejercicio o como consecuencia de algún delito que se les fabrique para hacerlos pasar como “delincuentes” frente a la opinión pública‒, muestran una evidente desproporción respecto a los castigos que han recibido la mayoría de los dirigentes comunistas removidos de sus puestos y acusados de peores cargos.
Ni siquiera el ocupar una “alta responsabilidad” en las instituciones del régimen cubano supone demasiados peligros, aun cuando se termine “removido” por “traición” (es muy peculiar el uso del término por el gobierno cubano, y detenerse en ello implicaría más de un artículo), por corrupción (otro concepto complejo) o por mal trabajo.

Como sucede siempre, lo anterior tiene sus excepciones como fuera el caso del general Arnaldo Ochoa en 1989 pero creo no quedan dudas de que el “fusilamiento exprés” tuvo por objetivo, digamos, el ofrecerle una especie de ceremonia de sacrificio para evitar la cólera divina, más cuando se volvieron irrebatibles las pruebas de que las avionetas cargadas de cocaína hacia los Estados Unidos pasaban por Cuba.
Pero más allá de aquel arrebato “coyuntural”, no son muchos los “dirigentes” que, acusados de graves delitos, han terminado fusilados o en prisión, a pesar de que sus “malas” decisiones y pésimas gestiones ‒de acuerdo con las versiones los parcos comunicados de la prensa oficialista‒, han repercutido negativa o desfavorablemente ya en la economía o en esa imagen impoluta y monolítica que el Partido Comunista intenta proyectar al exterior a toda costa.