La ilusión perpetua


Por: Julio Lorente


 Hay definiciones que para sobrevivir precisan ser indefinidas. Y esta paradoja es una estrategia para que ciertas ideologías superen su defunción.

La idea de ´´progreso´´ ha jalonado una historia de rasgos competitivos y opuestos. Desde el siglo XVIII, pienso en Condorcet, y pasando por Spencer, Darwin y Marx en el siglo XIX, el progreso era una premisa para entender un presente embriagado de futuridad por la velocidad tecnológica que el capitalismo le imprimía a la faz de Europa, sobre todo.

De modo que conceptos que son propiamente políticos, si los definimos a partir de la norma aristotélica del hombre como “animal político” dentro de una ciudad-estado que vertebra las interacciones sociales (polis), terminan divagando1 como definiciones universalistas tamizadas por la filosofía, el arte, etc. Digamos que, en el abstracto espacio de la cultura, las ideologías políticas buscan preservar su utopía a pesar de su frustración política.

Agrupar a las izquierdas y a las derechas como dos bloques  unilaterales es, desde un punto de vista conceptual e histórico, inexacto. Partiendo de ahí se puede decir que la derechas, con todas las variables que pasan por el trono y el altar, fundamentos del Ancien Régime, son el origen sustantivo de donde procede la posterior bifurcación ideológica.

La Revolución francesa es donde se intenta refundar el Ancien Régime en  un modelo determinista y estatalizado que pondera la importancia política del súbdito convertido en ciudadano por medio de un ´´contrato social´´ (Rousseau). Falacia insostenible cuando la misma revolución, radicalizada en su jacobinismo, le arrancaba la cabeza al ´´ciudadano´´ que no se advenía al nuevo orden político.

El nacimiento de la nación política es el resultado de esta apretada síntesis que hasta aquí hemos expuesto, donde la izquierda radical de los jacobinos modela la institucionalidad de un sistema político, burocrático y represivo que luego Napoleón hará internacional. Y toda la batería de sus conceptos justificantes, encabezados por la ´´soberanía´´, que no son más que la profilaxis sistémica  que preserva la unidad política que se vende como identidad cultural y étnica,  son los recursos ideológicos de una entidad hipostasiada que recurre esencialmente, como bien definió Max Weber, al monopolio de la violencia: el Estado.

Teniendo este marco histórico en cuenta y refiriéndonos a las izquierdas,  las mismas han sido extremadamente fluctuantes,  llegándose a refutar en ocasiones. De la Revolución francesa, pasando por las Cortes de Cádiz en 1812 hasta los whigs ingleses que toman referencias de los liberales españoles, las izquierdas han elaborado una trama donde el fin último ha sido preservar su propia imagen idílica, aunque su origen ´´burgués´´ haya hecho que Marx, Lenin y Stalin jamás se hayan declarado de izquierdas sino comunistas. Incluso marxistas revisionistas, como Bernstein, hayan apuntado la brújula a la socialdemocracia, más acrisolada que el comunismo militante. Un juego de sustituciones de apariencias para tener garantías de supervivencia conceptual ante el fracaso político y sus consecuencias sociales. Es ya una moda oratoria argüir, allí donde fracasan las izquierdas en cualquiera de sus modalidades,  que no ´´era verdadera izquierda o socialismo´´, y se echa mano de ese cobijo metafísico donde al parecer siguen siendo idílicas las mismas.

De ahí el título de esta columna que rememora aquella ´´paz perpetua´´ de Kant, predios filosóficos que traslucen a esa nación política que quiere garantizar una constitucionalidad autolegitimante para su gestión autoritaria.

Las izquierdas seguirán gravitando como el fantasma que advirtió Marx, comunista entonces, hoy diluido en políticas oportunas que siguen lucrando con las aspiraciones y emociones del ciudadano que, creyendo su importancia política mayor de lo que en realidad es, utiliza el voto para imponer la agenda ideológica que le administran como mensaje subliminal.

 

1 – Gustavo Bueno llama ´´izquierdas divagantes´´ a procesos que viniendo de terrenos políticos desbordan estos para actuar en terrenos no políticos, por ejemplo la filosofía.

 

 

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