Celdas completamente oscuras de tres metros por dos y un hoyo en el piso para hacer de baño. Gritos a la distancia de presos amarrados con cadenas. Amenazas. Agua racionada y frijoles en estado de descomposición.
Poco más de una semana después de haber sido desterrados y despojados de su nacionalidad, algunos opositores nicaragüenses comienzan a narrar lo que sufrieron en prisión por meses o años sólo por oponerse o criticar al gobierno de Daniel Ortega.
En entrevistas con The Associated Press, tres de ellos describieron incomunicación con sus familiares, falta de higiene en las celdas y torturas. La gran mayoría llegó a Estados Unidos sin familiares y teme por la seguridad de los suyos en Nicaragua.
“Fueron tres años terribles”, rememora ahora desde la libertad Victor Manuel Sosa Herrera. “Creí que en cualquier momento nos mataban”, expresó refiriéndose a las amenazas de guardias carcelarios que se identificaban como Montes, Juancito y López. “Se siente rabia, enojo contra la injusticia”, publica AP.
Los amigos del fa y la obra del sanguinario ciudadano ilustre de Montevideo:
Los nicaragüenses liberados relatan el horror de las cárceles del régimen de Daniel Ortega: torturas y años sin ver la luz – https://t.co/TVarWcgX8b— Alcides Mló (@alcidesmlo) February 21, 2023
Es un recuerdo que lo atormenta. Cada vez que puede, Sosa Herrera, de 60 años, asegura que uno de sus compañeros de cárcel quedó ciego por haber permanecido años solo y sin luz, en una celda igual a la suya. A diferencia de él, que fue liberado, el otro preso quedó detenido.
Ambos estaban en “El infiernillo”, como llaman al área de máxima seguridad de la cárcel La Modelo, de Tipitapa, en las afueras de Managua, a donde mantienen a algunos de los presos políticos junto con asesinos y narcotraficantes.
Se cree que el obispo católico Rodolfo Álvarez, condenado a 26 años de prisión un día después de haberse rehusado a ser liberado y enviado a Estados Unidos, estaría ahora recluido allí. El presidente dijo que Álvarez fue trasladado a la cárcel de Modelo, aunque no especificó a qué tipo de celdas.
Después de la liberación de los 222 opositores que arribaron a Estados Unidos, organizaciones defensoras de derechos humanos como Human Rights Watch han indicado que han quedado aún detenidos en similares condiciones unos 30 opositores.
Sosa Herrera pasó tres años recluido solo y sin ningún tipo de comunicación en un espacio de unos tres metros por dos, calculado a tientas porque siempre estuvo en oscuridad total. Sólo entraba la luz a la celda cuando le entregaban comida por una pequeña ventana que había en la puerta de metal y que se abría tres veces al día.
Le dejaban una ración de comida equivalente a una cucharada de arroz y frijoles que parecían descompuestos, dijo, y era el único momento en que veía a otras personas: el preso de la celda de enfrente y los guardias.
No tenía colchón para recostarse, sólo un camarote de cemento. Para sus necesidades fisiológicas había un hoyo en el suelo de la celda y tenía acceso a agua en un grifo dos veces al día por una hora. Así permaneció durante tres años.
Desde su celda, recuerda que podía escuchar el sufrimiento de otros presos amarrados con cadenas toda la noche en lo que los reclusos conocían como la “banca de la meditación”. Él se siente afortunado de no haber sido uno de ellos, aunque sufría de tan sólo escucharlos. Eran detalles que compartía con otros presos de su pabellón hablando por el espacio que separaba la puerta del piso.
“Los guardias les ponían esposas y grilletes, los arrastraban y les pegaban”, dijo Sosa Herrera, quien no podía ver desde su celda cerrada pero dice que escuchaba lo que pasaba. “Oíamos los gritos”, expresa con su voz por momentos entrecortada………
Foto: @UniNoticias.
Vía: AP